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BAJO LAS SOMBRAS DEL MISTERIO Albergue de niños

  • calerojul
  • 29 jun 2020
  • 8 Min. de lectura

Actualizado: 6 oct 2020

Autor: Julio César Calero

Dibujo: Carlos Bermúdez


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Saliendo del parque del Centenario dos jóvenes caminan por el boulevard 9 de Octubre con dirección hacia el malecón Simón Bolívar. Durante su caminata mantienen una entretenida charla sobre diversos aspectos de Guayaquil.

Por el camino, desviándose de la avenida y avanzando hacia otras calles del centro de Guayaquil, uno de ellos explica a su acompañante sobre varias cosas interesantes que observan durante su caminar o responde a las preguntas que éste le hace.

- Mira Patricio, Guayaquil todavía conserva algunas edificaciones de tipo antiguo pero elaboradas con madera y cemento.

- Así me doy cuenta… ¿Sabes una cosa?

- ¿Qué?

- Me llaman la atención esas ventanillas de madera que veo en algunas casas.

- Son rezagos de décadas anteriores.

- ¿Tienen un nombre?

- Así es, se llaman chazas.

- ¿Chazas?

- Si. Son ventanas fabricadas con madera, sin vidrios, utilizadas con profusión en el pasado para proteger las habitaciones de la lluvia, el sol y el viento. Unas abren hacia los lados y otras hacia arriba, debiendo sostenérselas con una vara o varilla.

- Muy interesante amigo Carlos.

- Bien, continuemos nuestro camino hacia el malecón Simón Bolívar para llegar a la ría Guayas.

- ¿Por qué le dices ría si es un río?

- El Guayas es las dos cosas, un río y una ría.

¿Cómo es eso de la ría?

- Se la llama así porque sus aguas tienen un constante ir y venir, de acuerdo a la marea, mezclándose el agua dulce de los ríos Daule y Babahoyo, que conforman el río Guayas, con las saladas del océano Pacífico.

- Ahhh, no lo sabía.

Por el camino, quizás a mitad de una de las cuadras que recorrían, Patricio indicó a su amigo:

- Veo unos edificios muy modernos en esta cuadra pero no entiendo por qué todavía existe esa casa en gran parte destruida, ¿pertenece a alguna familia que no tiene dinero para construir una nueva?

- No, Patricio. Esa casa perteneció a un señor muy acaudalado quien en su testamento la legó a una fundación benéfica para que ahí se creara un albergue para niños y niñas que habían perdido a sus padres.

- ¿Huérfanos?

- Sí.

- ¿Y qué pasó entonces?

- Durante muchos años funcionó ahí un albergue gracias a la buena voluntad de personas dedicadas a servir a sus semejantes sin pensar en remuneración económica alguna, como lo son muchas de las instituciones que hay en Guayaquil, hasta que un día la fundación, por falta de apoyo económico, dejó de funcionar y el albergue cerró sus puertas, desde entonces el edificio ha permanecido abandonado.

- Es una pena.

- Ya lo creo. Sobre este edificio se cuenta una historia que para muchos es solo una invención de alguien con mucha imaginación, pero para quienes tuvieron la oportunidad de trabajar en sus instalaciones o vivieron en él como niños huérfanos, es una realidad que aún permanece en sus mentes.

- ¿Una historia?

- Sí, Patricio.

- ¿Me la puedes contar?

-Lo haré. Pero debo indicarte que esta historia no la conocí de primera mano pues nunca estuve en el edificio, me la contó un taxista mientas conducía por este sito para trasladarme a un banco.

- Bien, ¿Cuál es la historia que te contaron?

- Me dijo el señor que él había estudiado en una escuela que funcionó en dicho lugar y que lo que me iba a contar lo había vivido personalmente.

- ¡De verdad!

- Sí, él había estudiado ahí algunos años y tuvo la oportunidad de constatar lo que había escuchado.

- ¿Y qué había escuchado?

- Que en el lugar existían almas que penaban…

- ¡Que penaban! …

- Así es. Eran llantos de niños que se escuchaban en una habitación y que por más que trataron de descubrir quiénes eran los niños que lloraban, nunca se lo logró.

- ¿Y no investigaron cuál era la causa?

- Dijo que sí, que cuando se escuchaba el llanto de las criaturas, hubo algunos valientes que se atrevieron a entrar en esa habitación, que siempre permanecía cerrada, pero que nunca vieron nada y que al entrar los llantos cesaban.

- ¡Vaya, vaya!

- Según me contó el taxista, hubo alguien que se dedicó a investigar la historia del albergue y llegó a una conclusión.

-¿Cuál fue?

- Más que conclusión, fue una historia.

- Me la cuentas, por favor.

- Contó el investigador, quien era un sacerdote profundamente religioso, que luego de unas cuantas décadas de estar funcionando el albergue sin ningún inconveniente, fue nombrado director un hombre que pertenecía a la fundación y que había demostrado mucho trabajo y dedicación en la ayuda a los niños y por lo tanto los directivos de la entidad pensaron que desempeñaría el cargo con la misma prolijidad y probidad que lo habían hecho los directores anteriores.

- ¿Y no fue así?

- No. Lastimosamente, este individuo resultó ser un personaje muy nefasto para la marcha del albergue y sobre todo para el trato con el personal y especialmente con las criaturas.

- ¿Cómo así?

- Con el personal era déspota, lo trataba mal, lo que dio lugar a que muchas de las personas que colaboraba con el albergue renunciaran y poco a poco solo quedaron unas cuantas que lo hacían más por la necesidad del trabajo que por vocación. Las personas voluntarias se alejaron del albergue.

- ¿Y con los niños?

- Eso fue peor, las pobres criaturas debieron soportar la maldad de sus instintos sin poder recibir la ayuda de nadie.

- ¿Qué les hacía?

- Cuando este tipo consideraba que un niño o una niña había cometido una falta, los encerraba en un cuarto bajo llave y ahí los dejaba por horas, sin agua y sin comida.

- ¡Que maldad!

- Pero eso no era todo, como el cuarto estaba aislado y casi nadie subía hasta el piso en el cual se encontraba, este personaje subía calladamente para dar rienda suelta a sus perversos instintos.

- ¿Abusaba de los niños?

- Sí, este hombre había tenido bien ocultas sus perversas acciones en las que abusaba de las criaturas indefensas.

- ¿Era un pederasta?

- Así es, amigo Patricio, nadie se había percatado de estas acciones en su pasado, las había ocultado muy bien, pero ahora, al tener en sus manos la oportunidad de dar rienda suelta a su desviación sexual, lo hacía y los pobres niños que lo atraían sufrían las consecuencias.

- ¿Y qué pasó, lo descubrieron?

- Preocupadas unas monjas de la congregación de la Caridad, que habían llegado a colaborar con el albergue, por el constante llanto de las criaturas en el cuarto y por ver como varias de ellas se comportaban de una manera rara, pues se la pasaban tristes, contritas, silenciosas, permanecían alejadas de los demás y no participaban en los juegos infantiles que organizaban, acudieron a un sacerdote jesuita para contarle la situación y ver si él podía brindar su ayuda ya que era considerado un hombre santo.

- ¿Y el sacerdote fue?

- Sí, él era parte de una congregación religiosa que tenía a su cargo una iglesia cercana y que además de haber estudiado para ser sacerdote, también había cursado estudios sobre psicología, además, en alguna ocasión había efectuado un exorcismo, pero esto era algo que solamente lo conocían los miembros de su comunidad religiosa.

- Es decir que era un hombre calificado para la tarea.

- Correcto, amigo mío.

- Por favor, continúa con la historia.

- Cuando el sacerdote fue al albergue no se encontraba el director, por lo que, junto con las religiosas, fueron a buscar a los niños. Por el camino el sacerdote hacía preguntas a las monjas para sacar sus conclusiones. Cuando llegaron hasta donde estaban los niños afectados, el sacerdote los hizo sentar en las sillas de una habitación que servía como aula y luego dialogó con ellos. La conversación fue larga y poco a poco el religioso, fue rompiendo el cascarón de protección que los niños habían formado en torno a si, y él se fue enterando de las cosas que estos habían guardado en secreto. Cuando le avisaron que había llegado el director, suspendió la charla con los niños y acompañó a las monjas para verlo.

El director, que había sido informado de la presencia del sacerdote, lo esperó en la oficina en la cual desempeñaba su cargo mientras en su mente se agolpaban una gran cantidad de pensamientos acerca de la presencia del religioso.

Luego de las presentaciones de rigor, los dos personajes dialogaron por un largo rato sobre el tema de los niños. Durante la conversación, el sacerdote escuchaba atentamente cada palabra del director, a la vez que lo estudiaba tratando de penetrar en lo más profundo de su alma.

- ¿Qué pasó en el diálogo?

- Que mientras el director creyó haber engañado al religioso, éste se dio cuenta de la malignidad del individuo, pero no le dijo nada, al final, tan solo se despidió diciéndole que cualquier rato volvería para celebrar una misa.

- ¿Eso fue todo?

- No. El servidor de Dios llegó hasta su comunidad, se encerró en su habitación y oró a Dios pidiéndole su ayuda para lo que iba a hacer, luego tomó la Biblia que siempre utilizaba para sus rezos así como una botellita con agua bendita y se dirigió de manera resuelta hacia el albergue.

- ¿Qué pasó después?

- Cuando llegó al albergue y preguntó por el director le dijeron que había llevado a un niño al cuarto de castigo. Al oír esto, el jesuita preguntó dónde quedaba el tal cuarto y cuando se lo dijeron, se encaminó presurosamente hasta el lugar, al llegar y encontrar la puerta cerrada con llave, la empujó con fuerza y esta cedió, permitiéndole entrar…

- Resuelto el curita.

- Guiado por el llanto de la criatura el religioso llegó hasta donde éste estaba a punto de ser abusado sexualmente por el director. Sorprendido en su delito, el pederasta soltó al niño, quien salió corriendo de la habitación encontrándose con las monjas, quienes, intrigadas por el proceder del sacerdote, habían subido también hasta la habitación de castigo.

- ¿Qué hicieron las monjas?

- Una de ellas tomó al niño en sus brazos y se fue con él, las otras, ingresaron a la habitación y pudieron observar lo que ocurrió.

- ¿Qué sucedió?

- El jesuita, encarando a director con la Biblia en la mano y el agua bendita en la otra, lo conminó a dejar este mundo para que ya no hiciera más daño a nadie.

- ¿Era un demonio?

- Sí, metido en el cuerpo del director del albergue. Cuando el sacerdote, luego de encarar al abusador, lo roció con agua bendita en el cuerpo, mientras leía pasajes de la Biblia, el demonio desapareció en medio de una fétida humareda y dando gritos desgarradores, solo quedó en el suelo el cuerpo sin vida del abusador de los niños. “VETE AL INFIERNO, QUE ES EL SITIO AL CUAL PERTENECES”, le dijo el sacerdote mientras el demonio desaparecía, esto lo contaron las monjas que estuvieron presentes cuando el exorcismo ocurrió.

- ¿Y qué sucedió luego?

- Que las cosas volvieron a la normalidad, los directivos de la fundación, quienes desconocían lo sucedido y ante la ausencia del director, pusieron a cargo del albergue a la madre superiora de la congregación de la Caridad, por lo que desde entonces el albergue fue dirigido por las religiosas hasta que el edificio cerró sus puertas.

- Y ¿qué ocurrió con el cuarto?

- Fue cerrado y así ha permanecido hasta nuestros días.

- Y ¿se escucha el llanto de los niños?

- No lo sé, ya te dije que nunca he estado en el edificio, lo que si me aseguró el taxista fue que cuando estudió en la escuela que abrieron las monjas, alguna vez subió con algunos compañeros y escucharon el llanto, lo que los llenó de espanto y nunca más se atrevieron a repetir su aventura.

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