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BAJO LAS SOMBRAS DEL MISTERIO El irlandés fantasma

**Nota del autor:

Muchas gracias queridos lectores por todo su apoyo, esta es la última publicación de los cuentos que se hará en el blog. El libro completo, con los 17 cuentos que componen la obra BAJO LAS SOMBRAS DEL MISTERIO se puede adquirir contactándose al correo electrónico: calerojul@yahoo.es. (Válido solo para la ciudad de Guayaquil, Ecuador)

Para aquellos lectores con más deseos de leer obras del escritor Julio Calero Garcés sobre otros temas inéditos, estos se estarán publicando en este mismo blog.



Autor: Julio César Calero

Dibujo: Carlos Bermúdez Marín - Mardez



Mientras se trasladan en un transporte público que cubre el trayecto La Libertad – Ancón, un grupo de amigos conversa animadamente de diversos temas. Uno de ellos, Arturo, nacido y criado en el campamento minero del cual se extraía el mejor petróleo del país, contaba a sus acompañantes la historia de dicho sector, hablándoles de los “castillos” y las viejas “catalinas” mediante las cuales se extraía el oro negro desde las entrañas de la tierra para luego ser tratado en la refinería de Cautivo.

Asimismo, les explicaba el funcionamiento del campamento establecido por los ingleses de la Anglo Ecuadorian Oilfields, sobre las casas y canchones construidos para albergar a los trabajadores, tanto ingleses como nacionales; de cómo era que en dicho campamento las casas tenían electricidad, servicio de agua potable, servicio de tuberías subterráneas para la eliminación de las aguas servidas, sanidad, policía, en fin, les hablaba de todo lo que existía en el campamento en la época de los ingleses.

Al estar cerca de una pequeña finca llamada La Delicia, propiedad de un señor Néstor Tapia, a los viajeros les llamó la atención ver a un grupo de personas reunidas al pie de una cruz colocada a un lado de la carretera. Entre el grupo destacaba la figura de un sacerdote, quien dirigía un acto religioso en el cual se elevaban plegarias al cielo.

Al pasar junto al grupo, don Bucheli, conductor del vehículo, disminuyó la velocidad y al pasar junto a la cruz se santiguó a la vez que pronunció una pequeña oración: “Padre Nuestro, líbranos del pecado y de la condena en el infierno”.

Intrigados por este proceder y por la actividad que habían visto junto a la cruz, los viajeros preguntan a Arturo si conocía de qué se trataba todo aquello.

Para satisfacer la curiosidad de sus amigos, Arturo les contó la siguiente historia.

- Esa cruz que acabamos de pasar, indica el lugar en el que hace muchos años atrás tuvo un accidente de tránsito un irlandés que trabajaba para la Anglo; era geólogo especializado en minas y petróleos. El tipo era muy bueno en su trabajo pero le gustaba mucho beber whisky, cerveza y cualquier otro tipo de trago, no había noche en la que no fuera hasta Santa Elena a emborracharse en un cabaret llamado El Cairo, ahí se amanecía y luego, como si nada, acudía a su trabajo.

- Tenía mucho aguante para el alcohol.

- Así es, según lo que yo escuché de muchacho cuando de boca en boca corría la historia de John O’Neill.

- Continúa por favor.

- Bien, John era un hombre solitario, vivía en una casa que la empresa había puesto a su disposición y sus necesidades de alimentación las satisfacía en el denominado “comedor inglés”, adonde acudía a desayunar, a almorzar y a cenar, siendo estas las únicas oportunidades en las que intimaba socialmente con otros compañeros de trabajo, pues, aparte de los diálogos de trabajo que sostenía cada mañana con sus jefes para tratar sobre la tarea a realizar o por la tarde, para reportar lo que se había hecho, John, no conversaba ni se mezclaba fácilmente con los demás extranjeros.

- Realmente era un solitario.

- Para el mantenimiento del aseo de la casa y la lavada de su ropa, John había contratado a una señora, quien, dos veces a la semana, llegaba desde Prosperidad, un pequeño pueblo a pocos kilómetros de Ancón, lugar en el que ella vivía.

- Pero, ¿alguien sabía por qué el irlandés tenía esa actitud?

- Se rumoraba que antes de llegar a Ancón había trabajado como capataz en una mina de plata en el Perú. Ahí se había casado con una bella indígena. La pobre mujer vivía en medio de los maltratos que su marido le propinaba cuando llegaba a casa tras una noche de bohemia. Golpes, insultos, humillaciones, todo eso soportó la indígena durante algún tiempo hasta que no pudiendo sobrellevar más esta situación, tomó una fatal decisión que le costó la vida.

- ¿Qué pasó?

- Cuando el tipo regresó a casa luego de algunas horas de estar bebiendo en un lupanar, al abrir la puerta se encontró con el terrible espectáculo de ver a su mujer pendiendo de una soga, ya sin vida. Esto lo afectó y pareció enloquecer, tanto es así que debieron sedarlo para evitar que se hiciera algún daño. Fue trasladado a Lima, en donde lo ingresaron a un hospital para darle el tratamiento que requería, ahí pasó varias semanas hasta que le dieron de alta.

- ¿Y regresó al trabajo?

- Cuando se alistaba para su regreso a la mina, se enteró que su mujer había estado embarazada y que la criatura también había fallecido.

- ¡Qué pena!

- Así es. Ante esta noticia, John no quiso regresar a trabajar en la mina, pidió a sus jefes que le dieran su liquidación y que le enviaran sus cosas personales a Lima. Después de tomarse uno días ahogando su pena en alcohol, cogió sus bártulos y vino al Ecuador; aquí se contactó con personal de la Anglo para ofrecer sus servicios y fue contratado.

- … ¿Para rehacer su vida?

- Eso podría pensarse, pero no fue así.

¿Cómo?

- Pasados los primeros días y ya ambientado en la zona, volvió a frecuentar a su gran amigo: el alcohol.

- ¿Siguió bebiendo?

- Mucho más que antes, acuérdense que tenía una pena que ahogar.

¿Y no lo despidieron?

- El hombre eras muy bueno en su trabajo y cumplía diariamente su labor, así que por ese lado no había nada que reprocharle. Lo que él hacía con su vida por las noches era solamente de su incumbencia.

- Bueno, y ¿qué más cuenta la historia?

Mientras Arturo contaba la historia a sus amigos, el transporte, luego de pasar por la población de El Tambo, llegó a otro pueblo más pequeño, llamado Prosperidad.

-Aquí en Prosperidad vivía la señora que trabajaba para el irlandés. Esta es nuestra última parada antes de llegar a Ancón.

- Por favor, sigue con el relato.

- John acostumbraba ir cada noche a beber en unos salones, mejor conocidos en nuestro medio como “cabarets”, ahí encontraba, música, mujeres, cigarrillos y alcohol. De vez en cuando conversaba con otros clientes pero él prefería tener a su lado a la prostituta de su predilección.

- ¿De ahí salía a trabajar?

- Iba a su casa, dormía unas pocas horas, se bañaba, se cambiaba de ropa e iba a desayunar en el comedor de los ingleses, luego llegaba hasta la oficina para recibir las órdenes de sus jefes y se lanzaba al campo a visitar los lugares donde se extraía el petróleo y para realizar estudios y ver la posibilidad de establecer castillos para la perforación de nuevos pozos.

- Entonces, su vida era una rutina diaria.

- Si, pero una noche cambió.

¿Qué pasó?

- Según la historia que escuché, una noche, sábado, para ser más exacto, el irlandés bebió como de costumbre sin preocuparse del trabajo ya que al otro día era domingo y él no tenía que trabajar.,

- Bebió como camello en un desierto.

JA JA JA JA JA (Risas generales del grupo)

- Cuando decidió regresar a Ancón, aproximadamente a las cinco de la mañana, pagó la cuenta, se despidió de la prostituta con la que había estado y fue en busca de su automóvil. Ingresó al vehículo, encendió el motor y enfiló hacia Ancón. Mientras conducía a una velocidad no moderada, John vio que una mujer con un niño en brazos, le alzaba la mano pidiéndole un “aventón”, pero, el irlandés, con su mente obnubilada por el alcohol y torpes movimientos, queriendo detener el vehículo para recoger a la mujer, se equivocó de pedal y en lugar de pisar el freno pisó fue el acelerador atropellando a la mujer y el niño, matándolos de contado. John perdió el control del vehículo y se salió de la carretera, quedando desmayado en el lugar hasta que otras personas que pasaron por el sitio del accidente lo ayudaron mientras daban parte a las autoridades-

- ¿Lo metieron preso?

- Sí. Permaneció en la cárcel durante varios días hasta que fue liberado.

- ¿Cómo?

- Con el apoyo de la empresa, que cuidaba su imagen, y los servicios de un buen abogado, John quedó liberado de culpa, la culpable era la mujer que se le “atravesó” en el camino.

- ¡Que injusticia!

- Tienes razón. Eso y algo de dinero para los deudos sepultaron a la justicia.

- ¿Qué sucedió después?

- Luego de varios días de abstinencia por haber estado preso y con una reprimenda de mister Ford, gerente del campamento y la advertencia de que si algo similar ocurría, la empresa no haría nada por ayudarlo, John volvió al trabajo y a las andadas.

- ¡Que tipo, no escarmentó!

- Bien, a las pocas semanas, un día sábado en que se cumplía un mes más del día del accidente, John salió a beber como de costumbre en Santa Elena y luego de alcoholizarse, emprendió el regreso hacia Ancón y entonces fue que sucedió algo…

- ¿Qué fue?

- Pues que al pasar por el sitio de la tragedia, dice la gente que en medio del camino se le apareció la mujer con el niño en brazos, lo que hizo que además de llevarse un gran susto, el vehículo se saliera del camino y varias vueltas de campana hasta detenerse y quedar envuelto en llamas.

- ¿Y se murió el tipo?

- No, aunque su cuerpo fue lastimado gravemente por la llamas ya que no pudo salir de inmediato del automóvil. Se supone que el individuo salió como pudo luego de algunos minutos y quedó tendido en el suelo hasta que recibió ayuda y fue trasladado urgentemente hasta la clínica de Ancón, donde recibió los primeros auxilios. Los médicos del lugar determinaron que por la gravedad de sus quemaduras debería ser trasladado hasta un hospital en Guayaquil, aunque esta acción no podría hacérsela inmediatamente hasta no haberlo estabilizado y considerar que podría resistir un viaje de cerca de 150 kilómetros.

- ¿Y cómo supo la gente lo que le había sucedido en la carretera?

- Mientras estaba en una cama de la clínica, entre gritos de dolor, desmayos e instantes de lucidez, los médicos y las enfermeras le oían decir:

“No, vete… Tú no estás aquí… Quítate del camino… Yo no quise matarte…”

- En su delirio dijo muchas cosas que permitieron a quienes lo oyeron atar cabos y establecer la historia sobre lo sucedido.

- ¿Qué se le apareció la muerta?

- Así es.

- Eso es difícil de creer.

- Puede ser verdad o puede ser mentira, lo único cierto es que después de varias horas de dolorosa agonía, Jon O’Neill murió.

- ¿Y ahí se acabó la historia?

- No, ahí empieza la historia.

- ¿Cómo así?

- Sucedió que luego de que el irlandés fuera enterrado en el denominado “cementerio de los ingleses” a los pocos días comenzó a ocurrir algo extraño…

- ¿Qué fue?

- Personas que viajaban de noche por los caminos de la península de Santa Elena, trasladándose por La Delicia, El Tambo, Prosperidad, Anconcito, Mambra, Chanduy, vías que por la noche no son muy transitadas, empezaron a contar que habían visto aparecer de la nada un automóvil con las luces encendidas y a toda velocidad, que cuando el carro parecía estar muy lejos en realidad estaba a pocos metros y que cuando parecía estar a pocos metros en realidad estaba muy lejano.

- ¡Que extraño!

- Lo más extraño era que la gente reconocía el carro que manejaba O’Neill el día del accidente y es más, algún valiente que se atrevió a mirar al conductor, reconoció el rostro desfigurado del irlandés. Una vez que el carro fantasma pasaba al otro vehículo desaparecía.

- ¡Válgame Dios!

- Así yo escuchaba que se comentaba en Ancón. Las apariciones fueron muchas y en diferentes lugares, causando algunos accidentes con saldo de varios muertos. Los accidentes ocurrían especialmente cuando el conductor iba solitario.

- ¿Se le aparecía de noche a todo el mundo?

-Así es.

¿Y eso era de todos los días?

- No, solamente los sábados, amanecer domingo.

- ¿Y continúan las apariciones?

- No. Al escuchar estas historias, el sacerdote que tenía a su cargo la iglesia de Ancón, un fraile franciscano de apellido Pacheco, decidió que había que hacer algo al respecto.

- ¿Qué hizo?

- Reunió a un grupo de feligreses y con ellos se dirigió hasta el lugar donde habían puesto una cruz en el sitio en el que se accidentó el irlandés, ahí celebró una misa. El cura y los fieles rezaron un buen rato, pusieron una corona de flores en la cruz y antes de partir del lugar el fraile roció el sitio con agua bendita, a la vez que pronunció estas palabras.

“Señor Padre Jehová, creador y dador de vida, permite que el alma del irlandés John O’Neill pueda descansar en paz”. Luego se retiraron del lugar.

- ¿Y qué sucedió después?

- Al parecer las oraciones del padre franciscano y de sus acompañantes fueron escuchadas por Dios pues desde ese día cesaron las apariciones.

- ¿No se ha vuelto a aparecer?

- No. Para estar más seguro de que aquellas apariciones no se repitieran, el padre Pacheco estableció que cada año, al recordarse un aniversario más de la muerte del irlandés, fieles y sacerdote fueran a celebrar una misa y elevar plegarias a nuestro Creador para pedir por el descanso eterno del alma de John O’Neill, es por eso que vimos a ese grupo de persona rezando ante esa cruz en el camino.

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