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BAJO LAS SOMBRAS DEL MISTERIO La dama del velo negro

Autor: Julio César Calero

Dibujo: Carlos Bermúdez



Ante una vieja puerta de madera un grupo de jóvenes golpea insistentemente mientras en voz alta pronuncian un nombre: Felipe.

- ¡Felipe! ¡Felipe!

- Abre la puerta hombre.

Los golpes y los llamados continúan insistentemente pero no hay respuesta. Luego, cansados de llamar y de golpear la puerta, los amigos se toman un descanso y hacen sus comentarios.

- ¿Será que está dormido?

- A lo mejor se pegó una de esas borracheras que acostumbra y todavía no se le pasa.

- Puede ser, pero a mí me intrigó este mensaje de voz que dejó en mi celular: Adiós amigo, esta será mi última comunicación contigo pues ya no estaré más en este mundo.

- ¿Qué quiso decir con eso?

- No lo sé, por eso en cuanto lo escuché lo llamé pero no me contestó y entonces los llamé a ustedes para que viniéramos a su casa a ver qué le sucedía.

- Hiciste bien, somos sus mejores amigos desde que nos conocimos en el colegio y siempre hemos estado uno para todos y todos para uno, como en la novela de Los tres mosqueteros.

- Así es.

- Ya llevamos mucho tiempo llamándolo y no hemos recibido respuesta, ¿qué vamos a hacer?

- Entraremos.

-¿Cómo?

- Una vez Felipe me confió que en la parte superior del marco de la puerta él tenía escondida una llave por si se le extraviaba la que siempre cargaba en sus bolsillos, de esta manera se aseguraba que pudiera entrar

- ¿Estás seguro?

- Sí y vamos a comprobarlo.

Miguel, que así se llamaba el conocedor del secreto de la llave, se acercó al marco de la puerta y hurgó en un pequeño espacio que había entre el cemento y el batiente de madera y con ayuda de una navaja extrajo la mencionada llave.

- ¡Aquí está! Ya podremos entrar.

Miguel introdujo la llave en la cerradura, dio una vuelta y pudo abrir la puerta.

- Vamos, entremos a buscarlo.

Los amigos ingresaron y afanosamente empezaron a buscar a Felipe por todas las habitaciones sin encontrarlo.

- No está por ningún lado. ¿Dónde se habrá metido?

- Que raro, si hubiera estado de juerga y se hubiera emborrachado, Felipe estaría tirado en su cama, como de costumbre…

- Así es.

- ¿Ya buscaron bien en todas las habitaciones?

- Sí.

- ¿Y ahora, dónde lo buscamos?

- Ya se lo que haremos.

- ¿Qué?

- Se acuerdan que Felipe tenía por costumbre dejar unos papelitos pegados en la puerta o en las paredes con indicaciones del lugar en el que iba a estar…

- Si, de esa manera sabíamos dónde buscarlo o esperarlo si se iba de viaje.

- Bien, pues que les parece si buscamos algún papel en el que haya dejado escrito el lugar donde puede estar en este momento.

- Buena idea, entonces busquemos.

Los amigos se dieron a la tarea de buscar en los lugares donde presumían que Felipe podía haber dejado algún mensaje.

- No hay nada Miguel, ya buscamos en todas partes.

- Si ¿Seguro? ¿Ya fueron al taller?

- ¿Dónde pintaba sus cuadros?

- Sí.

-No lo hemos hecho por respeto, pues como el siempre conservaba la privacidad de sus obras no quisimos invadir el lugar, no sea que regrese en cualquier momento y se disguste.

- Esta es una situación en la que amerita que se ingrese al taller y yo lo haré.

- Adelante Miguel, tienes razón.

Miguel ingresó al taller de pintura de Felipe y dio vuelta por el lugar buscando entre cuadros terminados y algunos recién empezados sin resultado alguno, pero, al llegar a un rincón de la habitación, justo donde había un ventanal por el cual entraba una gran cantidad de luz solar, se percató de la presencia de un cuadro de gran proporción que estaba a cubierto por una tela.

Intrigado, pues era la única pintura cubierta, Felipe caminó despacio y se acercó hasta dicho cuadro, quitó la tela que lo cubría y pudo observar la imagen de una hermosa mujer cuyo cuerpo desnudo apenas estaba cubierto por un velo negro.

La belleza de la mujer era intrigante, en su rostro se apreciaban dos hermosos ojos negros resaltados por el azabache de su ondulada cabellera. Sus labios rojos eran una invitación al beso; sus manos blancas, delicadas, hechas para dar caricias; sus piernas torneadas; en fin, todo en ella era perfecto; sin duda, quien la mirara quedaría de inmediato prendado de su belleza y eso fue lo que le pasó por unos instantes a Miguel.

- Miguel, ¿encontraste algo?

- Un momento que todavía estoy buscando.

La voz de uno de sus amigos lo hizo escapar del embeleso que le había producido la pintura y volvió a la realidad. Al hacerlo, posó sus ojos en un rincón del cuadro y observó un sobre, lo tomó y se dio cuenta que en su interior había varias hojas dobladas, las sacó y empezó a leer: Queridos amigos

Miguel se detuvo guardó las hojas en el sobre y salió a encontrarse con sus amigos.

- ¿Alguna novedad?

- Sí, Felipe ha escrito una carta de varias hojas dirigidas a sus amigos y no creí conveniente leerla yo solo primero, así es que el traído el sobre y su contenido para que todos podamos enterarnos de lo que nos escribió.

- Está bien.

- Entonces, por favor sentémonos en la sala y yo leeré el mensaje de Felipe.

- Vamos.

La media docena de amigos se repartió entre los distintos butacones de la sala y se alistaron a escuchar la lectura de las hojas que haría Miguel.

- Bien: La misiva dice lo siguiente:

Queridos amigos, este es un mensaje de despedida pues ya no me volverán a ver con vida, ya no volveré a parrandear con ustedes ni celebraremos cumpleaños, fechas de graduación y todo lo que siempre celebrábamos, la causa es el amor…

Sí, el amor. Ustedes se preguntarán ¿Cómo que el amor si yo nunca creí en él? Pero así fue, yo que disfruté mucho de los placeres que me brindaban las compañías femeninas sin importarme sus sentimientos, me enamoré perdidamente y conocí el amor en toda su extensión; ese amor que me dio paz pero que a la vez también me hizo sufrir; alegró mi corazón, pero también trajo desdicha a mi ser pues no pudo ser correspondido…

El cuadro grande que pinté de una hermosa mujer junto al cual encontraron este sobre, posee la figura de la fémina que me robó el corazón. Ella vino a mí un día y me pidió que le pintara un cuadro que perennizara su belleza, me dijo que su belleza era terrenal y que con el tiempo se acabaría, por lo que quería un cuadro que la preservara en toda su plenitud, antes de que los años y la muerte acabaran con ella.

Desde el primer momento que la vi, quedé prendado de su belleza y quise pintarla de inmediato, sin arreglar precio alguno por el trabajo, es más, no le cobraría, sería un privilegio para mí el poder pintarla.

En nuestra conversación ella me dijo que solo podría venir los días viernes a partir de las seis de la tarde y que se quedaría hasta la medianoche, yo no puse objeción alguna y desde ese primer día, todos los viernes ella vino puntualmente y yo me dediqué a pintarla, es por eso que ya no me reunía ese día con ustedes, estaba muy ocupado.

Con cada visita de la dama, mi corazón latía aceleradamente, conversábamos, ella me hablaba de sus cosas y yo de las mías, pero esto lo hacía solo con referencia a mi arte pues aparte de la pintura, mi vida era un desastre, alcohol, cigarrillos, mujeres y todos los placeres que el diablo puso en el mundo para hacer caer en el pecado a los hijos de Dios y yo no quería que ella se enterara de esa parte oscura de mi vida.

Con ella yo empecé cambiar, mi opinión sobre las mujeres se transformó en un respeto hacia ellas, dejé el cigarrillo y poco a poco me fui alejando del alcohol, ahora ya no tenía penas que ahogar ni vacíos que llenar, mi espíritu estaba completo, Dios me había enviado un ángel para cambiar mi vida…

Avancé con la pintura y sabiendo que viernes a viernes se acercaba el final de la obra, comencé a sentir miedo de no volver a verla, ella pareció presentirlo y me dijo que no me preocupara, que siempre estaría conmigo.

El día viernes final, cuando di la última pincelada y terminé la pintura, ella se acercó a observarla, la elogió y luego me dio un tierno y profundo beso con sus labios rojos, que los sentí muy fríos, se vistió, se despidió, me indicó que me quedara con la pintura y que algún día volveríamos a vernos, esa fue la despedida final.

Yo quedé impávido, con el corazón destrozado, luego tapé la pintura para que nadie más pudiera verla y me fui a la sala, me recosté en el sofá y empecé a recordar todos los momentos que habíamos estado juntos. Me ilusionaba con sus últimas palabras de que algún día volveríamos a vernos.

Amigos, ya estoy llegando al final de la historia y de mi vida.

El viernes siguiente, no sé por qué razón compré el diario de mayor circulación de la ciudad y me puse a leerlo para entretenerme, leía las notas políticas, deportivas, internacionales, culturales, sociales y llegué a la de avisos mortuorios, nunca me había interesado leerla, pero en esa ocasión, mis ojos se posaron en una invitación a Misa de Réquiem, el nombre de la persona en memoria de quien se iba a celebrar era el de la dama a quien yo había estado pintando. Sus nombres y apellidos no puedo decíroslos pues un caballero no habla las cosas de su amada, lo único que les diré son sus iniciales: MMJB.

En la invitación se informaba que la misa sería ese viernes, a las seis de la tarde en que se cumplía un año de su fallecimiento, ¡UN AÑO DE SU FALLECIMIENTO!… Yo había estado pintando a una mujer muerta que me visitaba cada viernes… Me había enamorado de una mujer que ya no existía y que los únicos recuerdos que tenía de ella eran los momentos que estuvimos juntos mientras la pintaba, y ese cuadro, el que habéis visto tapado con la tela que le puse para que nadie viera su contenido.

Ya no estaba ella, ya nada me quedaba, volví a refugiarme en el alcohol y he bebido como nunca lo había hecho antes. El embrutecimiento del alcohol me hizo tomar una decisión final: Si ella no vendría ya los días viernes, yo iría a verla al cementerio y ese es el lugar en el que me encontraréis si me buscáis.

Adiós amigos, no se preocupen por mí que yo estaré feliz junto a mi amada.

Terminada la lectura de la carta, los amigos expresaron sus comentarios.

- Que locura, decir que está enamorado de una difunta.

- Debió estar muy borracho cuando escribió esta carta.

- Yo si lo había notado algo raro últimamente.

- A lo mejor nos está jugando una broma y está por ahí escondido o de viaje.

Miguel alzó su voz y pidió silencio para poder hablar.

- No especulemos, si queremos salir de dudas, tendremos que ir al cementerio a buscarlo.

- Pero será una tarea difícil, el cementerio es muy grande.

- Nos dejó las iniciales de la dama, vamos a la biblioteca municipal y revisemos las invitaciones a Misa de Réquiem publicadas en el periódico de mayor circulación desde hace unos tres viernes atrás y así sabremos el nombre de la difunta, luego iremos a las oficinas del cementerio y preguntaremos por el lugar en el cual está enterrada.

Puestos de acuerdo, los amigos fueron a la biblioteca municipal y revisaron los periódicos, ahí, en una invitación a Misa de Réquiem encontraron el nombre de una mujer que coincidía con las iniciales escritas en la carta de Felipe. Para más seguridad revisaron la edición del año anterior en la que se comunicaba su fallecimiento, ahí confirmaron el nombre, pero también algo más: la imagen de la dama pues en el aviso mortuorio había una foto de ella y era igual a la cara dibujada y pintada por Felipe.

De inmediato fueron hasta las oficinas del cementerio y solicitaron se les diera la ubicación del lugar en que la joven había sido inhumada.

Con los datos que les facilitaron, se dirigieron al sitio indicado y en efecto, ahí encontraron a su amigo Felipe con el cuerpo apoyado en la fría losa de mármol que cubría la tumba, en un abrazo final con la muerte.

Su cuerpo alcoholizado y la pérdida de su amada habían sido demasiado para su corazón, Felipe había ido a entregar su último aliento junto a la tumba de su amada.

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