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BAJO LAS SOMBRAS DEL MISTERIO La Tola

Autor: Julio César Calero

Dibujo: Carlos Bermúdez - Mardez



Dos jóvenes, de algo más de 20 años, llegan a todo galope hasta una casa de caña asentada cerca de un cultivo de arroz, se detienen y descienden de los caballos, enseguida con gritos llaman a su padre.

- ¡PADRE! ¡PADRE!

- ¡SAL PAPÁ!…

Un hombre de aproximadamente 50 años de edad se acerca a ellos.

- ¿Qué ocurre hijos? ¿A qué se deben esos gritos?

- El mayor de los hijos, Juan, toma la palabra.

- Tenemos algo muy importante que decirte…

- Cálmense y díganme de qué se trata. ¡Milagros!, tráeles un poco de agua a los muchachos para que se serenen…

- Ya voy.

- Bueno hijos, siéntense mientras les traen el agua, calmen su agitación y díganme que les ocurre.

Juan extrae del bolsillo derecho de su pantalón una figura de arcilla y se la entrega a su padre, don Justo.

- ¿Qué es?

- Una figura antigua papá…

- Y ¿dónde la hallaron?

- En el montículo de tierra que está por allá, al terminar el sembrío de arroz.

- Ahhh, por donde los ciruelos.

- Así es papá.

Milagros llega con el agua y la sirve en vasos que entrega a los jóvenes. Luego de beber, el menor, Jorge, continúa con la explicación.

- ¿Te acuerdas que nos dijiste el otro día que fuéramos a dar una vuelta por esas tierras, allá por los ciruelos, para ver si se podría sembrar algún otro tipo de plantas, talvez cacao o café?

- Si me acuerdo y estaba esperando que me dieran su respuesta.

- Así lo hicimos. Juan y yo fuimos esta mañana muy temprano y estuvimos revisando el lugar, nos bajamos de los caballos y observamos el suelo, además buscábamos que hubiera agua cerca para poder regar.

- Sí papá, pues sin agua sería muy difícil sembrar en el lugar y que progrese cualquier cultivo.

- ¿Y qué piensan del terreno?

- Espera papá, déjanos seguir explicándote.

- Adelante, los escucho.

- Bien, mientras Jorge y yo revisábamos el terreno llegamos hasta el pequeño montículo de tierra que existe en el lugar con el cual tú nos habías dicho que no sabías qué hacer… y no lo vas a creer…

- ¿Qué?

- Encontramos esta figura en el suelo.

- Eso nos llamó la atención papá y decidimos investigar un poco más.

- Con los machetes escarbamos un poco y encontramos más figuras.

- ¿Y dónde están?

- Las dejamos tapadas allá y nos regresamos para contarte sobre este hallazgo.

- ¿Y qué creen que sea?

- Un entierro, papá.

- Sí, un entierro indígena, ese montículo es una tola.

- ¿Una tola?

- Sí papá, era el sitio donde los indígenas de esta zona enterraban a sus muertos importantes…

- Y les ponían figuras de barro, collares, conchas marinas, semillas de diversas plantas, sus armas y hasta joyas.

- ¿Joyas?

- Si papá, eso fue lo que nos enseñaron en la escuela.

- ¿Y ustedes creen que ahí puede haber joyas?

- Posiblemente, para saberlo debemos excavar más profundo y con mucho cuidado.

- Oye papá, creo que lo mejor es que Jorge y yo nos encarguemos de la excavación, lo deberemos hacer poco a poco para no despertar sospechas.

- Buena idea, hay que mantener el secreto hasta ver que contiene esa tola. Yo me encargaré de que los trabajadores que vienen a ayudarnos con el cultivo del arroz no vayan a ese lugar.

- ¿Para dónde hijo?

Quien así habló fue Pedro, un anciano de cabello cano, tal vez de unos 70 años de edad. De lento caminar apoyado en un bastón de madera, que mejor dicho, era una rama con forma de bastón.

- Hola padre, creí que estabas durmiendo.

- Hola abuelo.

- Buenos días hijo y nietos, me alegra encontrarlos antes de que se vayan a los cultivos y al parecer están de buen ánimo.

- ¡Como no estarlo papá, si los muchachos me han traído una noticia que puede cambiar nuestras vidas!

¿Sí? ¿De qué se trata?

- Creen haber encontrado una tola antigua…

- Ahhhh un túmulo funerario de los antepasados.

-Así es papá. Me estaban contando de su hallazgo y de cómo debíamos proceder cuando tú llegaste.

- Bien, entonces sigan, yo al final les daré una recomendación fruto de la experiencia y de los años que he vivido.

- ¿De qué se trata, abuelo?

- Después se los diré.

- Bien hijos. Sigamos con nuestro proyecto de excavación y seguridad.

- Sí papá. Pienso que para evitar sospechas Jorge y yo debemos ir a cavar cuando ya no estén los trabajadores, esto es después del mediodía.

- Me parece bien, esperan un poco a que baje el sol, los trabajadores ya se habrán ido y no habrá nadie que esté curioseando y queriendo saber qué es lo que ustedes hacen por allá.

- Entonces, iremos desde mañana y llevaremos palas, picos y algunas otras herramientas que podamos necesitar.

- Bien, todo está arreglado para que desde mañana vayan hasta la tola a excavar. ¿Ibas a decirnos algo papá?

- Si hijo, les recomiendo que con eso de la tola tengan mucho cuidado, pues, en el pasado se ha dado casos de gente que ha tenido problemas e incluso han ocurrido tragedias por no cumplir ciertos requisitos que me contaron mis abuelos y que se han transmitido de boca en boca entre las familias.

¿Requisitos?

- Sí, hijo, requisitos.

¿Cómo cuáles?

- Uno y muy importante es que cuando se va a excavar una tola previamente hay que tener a mano un chamán para que realice un ritual que aleje a los espíritus, él se encargará de agradar a los dioses indígenas y de sosegar a los espíritus de los muertos para que no ocasionen ningún mal a quienes llegan a interrumpirles el sueño de la muerte.

- Me parece que se tratan de habladurías para asustar a la gente.

- Ya no somos unos niños, abuelo, y no creemos en eso.

- Son tradiciones del pasado y no deben pasarlas por alto.

- ¿Y qué deben hacer los muchachos?

- No llegar hasta dónde están los huesos y las prendas que hayan sido enterradas con el difunto hasta que un chamán haga “la limpia”…

- ¿Eso es todo?

- No, también se deben presentar algunas ofrendas, de eso se encarga el chamán.

- Padre, esos son ritos de siglos pasados que no creo que ahora surtan efecto.

- Son cosas que se deben tomar muy en serio, Mi consejo es que mejor esperen a traer un chamán para que haga su “trabajo” y luego excaven con tranquilidad.

- ¿Y de dónde vamos a sacar un chamán?

- Quedan muy pocos, pero hay uno que todavía está vivo y que es muy nombrado en la zona donde vive.

- ¿Quién es él?

- Wacho de la A. Él vive allá por Montañita.

- ¿Por la península de Santa Elena?

- Abuelo, eso está muy lejos de nosotros y tomará algunos días el ir a buscarlo, encontrarlo y traerlo hasta acá.

- Pero es mejor tener paciencia que correr riesgos, no les parece.

- Mira abuelo, debemos tener cuidado que otras personas no se enteren de la existencia de la tola y si pasan muchos días alguien puede percatarse y correr la voz, y entonces, ya tendremos un poco de gente queriendo excavar en el lugar.

- ¿Quién se va a enterar?

- Por ahí cerca hay una trocha que de vez en cuando utilizan algunos vecinos.

- Bueno, yo les doy mi recomendación, ustedes verán si le hacen caso.

Diciendo esto, el abuelo ingresó a la casa y se acomodó en una hamaca para descansar mientras su hijo y nietos se ponían de acuerdo en lo que iban a hacer.

- Miren hijos, lo que dijo su abuelo puede que tenga algo de razón, yo trataré de ubicar a ese chamán y cuando lo encuentre lo traeré conmigo, mañana mismo iré a buscarlo.

- ¿Y nosotros qué haremos?

- Sigan con lo acordado, vayan por las tardes y excaven con mucho cuidado, recojan cualquier cosa que encuentren entre la tierra que saquen, pero no vayan a llegar hasta el fondo de la tumba. Cada vez que terminen de excavar, pongan un poco de ramas secas sobre el lugar para que la gente no se dé cuenta.

- Bien, padre, así lo haremos.

Dicho esto, padre e hijos dieron por terminada la conversación y cada uno se retiró a cumplir sus actividades del día.

A la mañana siguiente, Justo, en compañía de Roberto, el menor de sus hijos, se alistó para emprender el viaje hacia Montañita en su vieja Ford 250.

- Bueno muchachos, me voy a buscar al chamán, ustedes excaven conforme a lo acordado y sigan el consejo de su abuelo hasta que regresemos.

- Así lo haremos, papá. ¿Cuánto tiempo demorarás en regresar?

- A lo sumo unos cinco días.

Las cosas transcurren sin novedad y pasado el mediodía, tras haber almorzado, Juan y Jorge se dirigen hasta el sitio de la tola. Desmontan de los caballos y con ayuda de las palas y los picos comienzan a excavar.

- ¿Encontraste algo, Jorge?

- Nada todavía, quizás las figurillas que encontramos fueron sacadas de la tierra durante el invierno pasado y fue una gran casualidad que las encontráramos.

- Puede ser, pero no perdamos las esperanzas.

Luego de algunas horas de excavación y con el sol ocultándose en el firmamento, Jorge llama a su hermano.

- ¡JUAN! ¡JUAN!

- ¿Qué ocurre?

- ¡Ven, encontré algo!

Juan llega hasta donde está su hermano, quien le enseña varias figuritas y algunas conchitas.

- Tal parece que por aquí es la entrada, Juan.

- Puede ser, por mi lado no he encontrado nada.

- Como ya está oscureciendo mejor vámonos a casa y allá examinaremos lo que encontré.

- Bien.

Los jóvenes recogen sus cosas, las ponen sobre el lomo de los caballos, se suben en ellos y emprenden el regreso a casa.

- Nuestra madre y hermanas no saben nada de este asunto, es mejor que mantengamos el secreto hasta que llegue nuestro padre.

- Estoy de acuerdo, pero, cómo vamos a hacer para examinar lo que encontré.

- Lo haremos en nuestra habitación, felizmente no está Roberto pues viajó con nuestro padre.

- Lo mejor será que lo hagamos después de merendar.

- Me parece.

Al caer la noche y luego de merendar, Juan y Jorge se encierran en su habitación y examinan el material encontrado.

- Estuve viendo en un libro con el que estudiamos haces años en la escuela y por la forma de las figuras parece que son de la denominada época precolombina.

- No me importa de cuando sean, lo que vale es que son antiguas y algún dinero se puede sacar por ellas, además, queda por ver si no encontramos algunas joyas de oro como narigueras o pulseras, con eso obtendríamos un buen dinero y con lo que me toque podré comprar un terrenito para poderme casar con la Lucía.

- Bueno, mejor es que durmamos que ya mañana deberemos continuar el trabajo de la excavación.

- Habrá que ver qué es lo que dice nuestro padre sobre el chamán que fue a buscar.

- Me imagino que le tomará algunos días. Hoy le habrá llegado hasta Montañita, desde mañana se dedicará a preguntar por el chamán y habrá que ver si lo encuentra.

- Entonces, va a demorar algunos días,

- Sí, pero yo no quiero esperar mucho pues alguien puede vernos. No te diste cuenta pero hoy por la tarde pasó un vecino por el sendero, espero que no se haya percatado de nuestra presencia.

- Hay que tener mucho cuidado.

- Bueno pues, a dormir que mañana será otro día.

- Hasta mañana.

Entretanto, Justo y Roberto, tras haberse instalado en un hotel en Montañita empiezan sus pesquisas preguntando por el chamán Wacho de la A. La mayoría de las personas a quienes preguntan no lo conocen o nunca han oído hablar de él. Cansados se retiran a su habitación en el hotel para continuar la pesquisa durante la mañana siguiente.

Al despertar, muy temprano, Justo y su hijo se dirigen hasta la playa para tomar un buen desayuno marinero, esto es pescado asado con patacones y café, acompañado de un sabroso cebiche de camarones.

Durante su permanencia en el pequeño local que sirve de comedor, Justo y Roberto comentan sobre lo que van a hacer para encontrar al chamán. Están en ese diálogo, cuando de pronto se les acerca un viejo pescador, de piel curtida y la cara marcada por las arrugas que el tiempo le ha tatuado a punta de sol, arena y mar.

- Disculpen que me entrometa en su conversación, pero es que les escuché del tema que están hablando y creo que yo les puedo ayudar.

- No faltaba más, por favor tome asiento y acompáñenos a desayunar.

- Muchas gracias.

Justo ordena un desayuno igual al suyo y luego inquiere al desconocido.

- Usted dirá.

- Me llamo Armando Panchana, soy un viejo pescador que desde hace más de 40 años ha salido cada mañana en su bote a pescar, una veces he regresado con éxito y otras con unas pocas piezas, solo como para sacar la comida del día.

- Así es la vida, unas veces se gana y otras se pierde.

- Bien, en estos años que llevo viviendo en Montañita he escuchado muchas historias y he conocido a numerosos personajes, muchos de los cuales ya no están con nosotros en la tierra.

- Todo tiene un principio y un fin.

- Uno de esos personajes fue el chamán Wacho de la A, quien vivió aquí algunos años, luego se fue para otro pueblo y no he vuelto a saber de él.

- ¿Para dónde se fue?

- No, lo sé, pudo haberse ido a Olón, a Barcelona, a La Entrada, a Dos Mangas, a San Pablo a Palmar, quien sabe a cuál de tantos pueblos que hay por este lugar.

- La búsqueda va a estar difícil.

- Ya lo creo, pero lo único que le queda es ir a cada uno de esos pueblos y preguntar por él, alguien les dará una respuesta positiva.

- No quedará más que hacer eso. Hijo, en cuanto terminemos de desayunar vamos al hotel a recoger nuestras cosas y a pagar por el alojamiento, luego iremos por los pueblos que nos dice don Armando y haremos la búsqueda, si no lo encontramos entre hoy y mañana nos regresaremos.

- Espero que tengan suerte.

- Gracias.

Como lo había indicado Justo, recogieron sus pertenencias y emprendieron viaje por los diferentes pueblos del sector. Preguntaban a todo ciudadano que veían y las respuestas eran las mismas: no lo conocían o había estado un tiempo y se había ido para otro lado.

Mientras esperan noticias de su padre, Jorge y Juan continúan excavando en el montículo, extrayendo más figuras de cerámica. Concluida su labor de aquel día se van a casa para descansar.

- Oye Jorge, yo creo que mañana ya entraremos en la tumba.

- Pienso lo mismo. ¿Qué haremos si no llega nuestro padre?

- Han pasado ya los cinco días que nos dijo y no tenemos noticias de él, si mañana podemos entrar en la tumba, lo haremos, y veremos que hay en su interior.

-¿Y lo que dijo el abuelo?

- Esas son creencias de viejos, nosotros somos de otra generación y no estamos para creer esos cuentos con los que se mete miedo a los niños.

- ¿Entonces?

- Entraremos y veremos que hay.

Pasan las horas y amanece el nuevo día; por la tarde los jóvenes van hasta el sitio del entierro, llegan al lugar y comienzan a excavar

- Nuestro padre no ha vuelto y hoy creo que llegaremos a la entrada de la tumba.

- No vamos a esperarlo, es posible que no haya encontrado al chamán y regrese con las manos vacías.

- . Y nosotros aquí esperándolo, no señor, entraremos en la tola.

Tras un par de horas de excavación, aproximadamente a las cinco de la tarde, Juan exclama emocionado.

- ¡Ya está! Ya se puede entrar en la tumba.

- Entonces, veamos que hay adentro.

- Trae las linternas para alumbrar el interior y ver que encontramos.

Jorge cumple la indicación de su hermano y luego, con las linternas iluminan el interior. Para ver mejor ingresan uno por uno y examinan el sitio. En el lugar encuentran una osamenta adornada con varias piezas de oro

- ¡Oro! Jorge, es puro oro.

- Y hay muchas piezas.

- ¡Somos ricos!

En el sitio además de la osamenta y las piezas de oro hay vasijas de barro, figuras de cerámica, una especie de bastón de mando, etc., tal parece que el difunto fue una persona con un alto rango entre sus congéneres.

- No perdamos tiempo, traeremos unos sacos para guardar todo en ellos y los llevaremos a la casa.

Así lo hacen y con el contenido de los objetos más valiosos encontrados en la tumba, los jóvenes llenan tres saquillos, los cuales ponen sobre sus caballos. Al terminar la tarea, vuelven a poner una buena cantidad de ramas secas y matorrales sobre la entrada.

-Mañana volveremos para ver si algo se nos ha pasado por alto y luego taparemos la entrada de la tola con tierra de manera que quede como si no hubiera sucedido nada.

- Eso haremos, ahora vámonos a casa.

Juan y Jorge llegan a la casa, guardan los sacos en un galpón y desensillan los caballos, luego de darse un baño y merendar, se reúnen con su abuelo quien les pregunta sobre la tola.

- ¿Qué pasó con la tola?

- Hemos estado trabajando en ella.

- ¿Han encontrado algo?

Juan y Jorge se miran en silencio y luego el mayor responde.

- Cosas sin importancia abuelo, unas cuantas ollas de barro, figuras de cerámica…

- ¿De casualidad no han entrado en la tola?

Un pesado silencio se hace en ese momento, los jóvenes no saben que responderle a su abuelo.

- ¿Entraron en la tola? …

La pregunta queda flotando en el aire pues el ruido de una moto que se acerca los interrumpe.

- Una moto, ¿quién podrá ser?

El motociclista se acerca y los saluda.

- A los de la casa, buenas noches…

- Hola Claudio, ¿qué te trae por aquí?

- Desgraciadamente una mala noticia.

- ¿Cómo?

- Sí, una mala noticia.

- Habla rápido, de que se trata.

- De una desgracia.

- ¿Una desgracia? …

- Así es don Pedro, su hijo y su nieto se accidentaron.

- ¿Un accidente? ¿Y están bien?

- No. Los dos fallecieron.

- Y tú, ¿cómo lo sabes?

- Lo acaban de informar por la televisión allá en el pueblo, como sé que ustedes no tienen electricidad supuse que no sabrían nada al respecto y por eso vine a traerles la novedad.

- ¿Mi hijo y mi nieto muertos?

- Sí don Pedro, tal parece que se volcaron en la vía Guayaquil – Santa Elena. Personas del lugar dijeron que por esquivar a un burro su hijo perdió el control de la camioneta y se volcaron cayendo a un barranco.

Escuchando estas palabras, Juan y Jorge se miran en silencio y recuerdan lo que les había dicho su abuelo antes de empezar a excavar en la tola: les recomiendo que con eso de la tola tengan mucho cuidado, pues, en el pasado se ha dado casos de gente que ha tenido problemas e incluso han ocurrido tragedias por no cumplir ciertos requisitos que me contaron mis abuelos y que se han transmitido de boca en boca entre las familias.

- ¡Que tragedia! Mi hijo y mi nieto muertos.

Juan se atreve a preguntar.

- ¿Y dijeron a qué hora fue el accidente?

- Sí, a eso de las cinco de la tarde.



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